Mi Giganta

El siguiente es un ensayo que escribí para mi clase de Literatura Femenina en la Narrativa del Siglo XX, impartida por Christel Guczka en Casa Lamm, junio 2018.


Vengo de una familia grande, teniendo mi madre cuatro hermanas y tres hermanos, crecí rodeada de primos, primas, tíos, tías y mi abuelita: la Giganta de la casa. No vivíamos con ella, pero la veíamos a diario, ya que “nos cuidaba” a mi hermana y a mí por las tardes. De niñas sí nos cuidaba, más tarde más bien nosotras a ella. Mi abuelita nos cocinaba lo que sabía que comeríamos, éramos un par de niñas consentidas que por ningún motivo aceptaban verduras, cosas con chile, ajo o cebolla que no estuviera muy bien escondidito. Jugábamos Viuda y Continental, siempre apostando no más de cinco pesos, la ayudábamos a ensartar agujas, desmenuzar el pollo, rellenar el repujado, abrir frascos, atravesar la calle, porque nadie le había enseñado que debía usar los cruces peatonales por su seguridad y a nosotras nos habían dado en la primaria clases de educación vial. Nos sentábamos con ella a ver sus novelas en el Canal de las Estrellas y a escucharla silbar cuando se paseaba por la casa con las manos en la espalda. Era feliz, era plena y disfrutaba todo lo que hacía, no se estaba quieta, y, aunque no necesitaba trabajar, porque mi mamá y tíos le pagaban todo, le gustaba hacer sus artesanías para vender, sentirse útil y capaz. Mi abuelita fue la giganta más giganta de la familia. A los de mi generación no nos tocó verla de otra forma que de ésta, pero hubo muchas cosas antes.

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Mi abuelita, Teresita, nació en Autlán, Guadalajara, en el seno de una bella casa de familia acomodada, con cuatro hermanos y una hermana. Tenían gente a su servicio, aun así, le enseñaron a pelar papas y hacer tortillas. No hablaba mucho de su niñez, salvo de un perico en casa de un tío que le gritaba “¡Tere que Tere que Tere que Tere…”, así que no sé mucho de esa etapa, pero sé que luego conoció al abuelo, Carlos, hijo de alemanes que vivían en México. Se casaron, pero no vivieron felices para siempre: la familia del abuelo no estaba de acuerdo con el matrimonio y despreciaba mucho a mi abuelita y a los primeros tres hijos que le conocieron. El abuelo tenía problemas de alcohol, así que no estuvo muy presente en la vida de mis tíos y tías. Mi abuelita también cayó en la enfermedad, sin abandonar a sus hijos, hacía como podía para darles de comer y mandarlos a la escuela. Los mayores la apoyaban vendiendo chicles, periódicos y empanadas en la calle y cuidando a los más pequeños. La mayoría estuvo interno en las escuelas donde estudiaban. En algún punto de la historia, el abuelo intentó matarse, hecho que lo llevó a ser interno en un hospital psiquiátrico, del que escapó, nunca se supo más de él. La familia paterna le dio la espalda a mi abuelita, quien tuvo que seguir adelante sola. Nunca dejó de trabajar, nunca dejó a sus hijos, lo que sí dejó fueron el alcohol y el cigarro, y de ahí todo mejoró. Es por eso que la historia con la que mejor me identifiqué, la que sentí más cercana, más real, fue La Giganta, de Patricia Laurent Kullick. Que a mí no me tocó ver así a mi abuelita, pero pude imaginarme lo que sufrió, lo que vivió.

En La Giganta tenemos a una mujer sin nombre, fuerte, imponente, maravillosa, que ha caído en el alcoholismo. Tiene diez hijos, una pareja ausente, un bajo ingreso y mucha desesperación. Se imagina métodos diferentes para matar a sus hijos, a lo largo de la novela lo intenta sólo una vez, es detenida por el segundo hijo, Efraín. La novela trata varios temas, todos difíciles y fuertes: mestizaje, la figura materna, alcoholismo, prostitución, la idea de amor romántico, la violencia que sufre en su posición no privilegiada, la cosificación.Temas que muchas veces se evaden, por lo delicados que son, pero que Laurent trató sin tapujos y, a mi parecer, con mucha honestidad.

Por otro lado, tenemos El Peso, un cuento escrito por Margaret Atwood, publicado en el 2013 en una compilación titulada Un día es un día. En el relato tenemos a otro personaje sin nombre, la narradora, quien nos cuenta entre guiños al pasado y el presente, lo que hace y por qué lo hace. Es una mujer que está consciente de su falta de privilegio, al ser mujer y no hombre: “…sabíamos que teníamos que ser el doble de buenas que los hombres para acabar siendo menos que ellos…” (M. Atwood), dice el personaje hablando de que ella y su mejor amiga Molly tenían esforzarse mucho más para sobresalir en la carrera que estudiaban, derecho, en un mundo de hombres.

Privilegio es todo aquello que coloca a una persona en una situación de poder sin que haya hecho algo al respecto, en el caso de El Peso y La Giganta, los personajes principales, así como las narradoras carecen del privilegio de haber nacido hombres. En La Giganta, la narradora, además de ser mujer, es pobre y es una niña, por lo que encontramos interseccionalidad: se da cuando se unen varias características que te hacen no estar privilegiado. Hablaremos también de resistencias: una resistencia es cuando alguien en posición no favorable, no privilegiada, utiliza los medios que están a su alcance para sobrevivir, ésta no se da entre pares.

La mujer que buscaba dinero para la casa de acogida para mujeres maltratadas (Molly’s Place), usaba sus resistencias para lograrlo, saliendo a cenar con hombres que podían contribuir a la causa. Así no había comenzado su historia, ella y Molly pretendían cambiar el mundo: “Íbamos a quebrar las normas, a eludir la trama de amiguismo de los hombres, a demostrar que las mujeres podían lograr lo que fuera. Íbamos a enfrentarnos al sistema, a conseguir mejores sentencias de divorcio, a luchar por la equiparación de los sueldos. Queríamos justicia y juego limpio. Creíamos que para eso servía la ley.” (M. Atwood), eran mujeres que tenían ideas a favor de la libertad e igualdad de género. Muy triste el final de Molly, desgarrador el presente de la narradora.

El amor romántico es un constructo social. Según la Real Academia, el amor es “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca la unión con otro ser.” (RAE)Partiendo de esa premisa, debemos asumir que necesitamos de alguien más para sentirnos completos, de ahí que el modelo de amor que conocemos y nos enseñan, fundamenta el matrimonio monogámico y las relaciones de pareja estables en las culturas modernas, principalmente en los occidentales.

El amor no es igual para hombres y mujeres, los primeros siempre tienen la posibilidad de encontrarlo, si no es con una mujer, será con otra, son los sapos que con un solo beso se convierten en príncipes, la bestia de la que se enamora la princesa en poco tiempo, no importa qué, para el hombre no es difícil ser el que las mujeres esperan y desean. Las mujeres, por otra parte, tienen como meta en la vida, encontrar el amor en un solo hombre, deben ser bellas y perfectas para poder conquistarlo y mantenerlo, compiten con todas las demás y están dispuestas a cambiar por ser la que él escoja. Las mujeres están educadas para creer que el amor es incondicional.

En ambos textos encontramos retratadas estas ideas sobre el amor romántico, en El Peso, dice la narradora: “Una vez al mes me despierto por la noche empapada de terror. Tengo miedo, no porque haya alguien en la habitación, en la oscuridad, en la cama, sino porque no hay nadie. Me da miedo el vacío, que yace a mi lado como un cadáver.” (M. Atwood), a pesar de su posición de rechazo hacia los hombres, sigue sintiendo que tener una pareja es necesaria para sentirse completa, sigue teniendo miedo de estar sola. En La Giganta, sufre porque no tiene quién la ame, digo, tiene diez hijos, pero no tiene quién la ame como mujer, no como madre, se siente triste, vacía y decepcionada por la ausencia de Etienne, el padre de sus hijos, y es triste leer esta línea que resume tan bien su sentir: “…sabes, Giganta, que al final, nadie te ha querido más que tu imaginación.” (Laurent Kullick). No creo que La Giganta encontrara al amor de su vida al final de ésta, espero que no sufriera más por ello, que se enfocara en lo importante y dejara de esperar que alguien la quisiera tan específicamente como ella esperaba. Al final de la vida de mi abuelita, no necesitó de ninguna pareja, creo que tenía las manos (y el corazón) bastante llenos con todos sus hijos, sobrinos y nietos, y eso bastaba.

En la realidad en la que vivimos, en la que la mujer no es privilegiada solamente por su sexo, encontramos formas de poder, en el caso de ambos textos es un patriarcado: el sistema de poder manejado por hombres, donde el discurso, acciones y costumbres, dan ventaja al hombre. El poder es tradicional o moderno dependiendo de quién lo ejerce y quién lo recibe: el poder tradicional es de manera vertical, el poder moderno se ejerce entre pares, línea horizontal, casi siempre entre los no favorecidos. Aunque el feminismo ha reacomodado la sociedad hegemónica, en los textos que estamos tratando, y en la realidad, el poder sigue siendo vertical.

Donde hay poder, usualmente, hay violencia: una forma de abuso de poder, generalmente ejercida por la gente privilegiada sobre la que no lo es, con la intención de someter o dominar. La violencia es cualquier comportamiento (palabra, acto u omisión) que pretende ocasionar daño o lastimar, y buscar someter o no respetar los derechos del otro. Existen muchos tipos de violencia: física, psicológica o emocional, económica, patrimonial, sexual, contra los derechos sexuales y reproductivos. La cosificación también es violencia, ya que se convierte al cuerpo en objeto quitándole el ser, se deshumaniza, esto lo vemos claramente en la falta de nombre para los personajes femeninos más importantes del cuento y la novela, ni La Giganta, ni la narradora tienen nombre.

En el patriarcado en el que vivimos, tenemos también tipos de violencia específicos en contra de los no privilegiados, como los feminicidios, que es la violencia que se aplica contra las mujeres, únicamente por la razón de ser mujeres. Esto no lo vemos en La Giganta, pero El Peso se trata principalmente de la violencia que se ejerce contra el género y cómo intentan contrarrestarlo. Molly, la mejor amiga de la narradora fue asesinada a manos de su pareja: “<<Víctima>>, dijeron en los periódicos. Molly no fue ninguna víctima. No estaba indefensa, ni tampoco desesperada. Estaba llena de esperanza. Fue la esperanza lo que la mató.” (M. Atwood)¡Pobre Molly! Encima de todo, confiaba en su pareja y en que las cosas irían mejor entre ellos, podemos volver aquí a la idea que tiene la mujer sobre el amor romántico: incondicional e infinito.

Aprendimos en el curso a identificar las muchas formas de violencia de género con las que convivimos a diario, y que existen en diferentes niveles, desde el feminicidio hasta el machismo. De acuerdo con Google, ya que la RAE no tiene definición, el machismo es una actitud o manera de pensar de quien sostiene que el hombre es por naturaleza superior a la mujer. Existen diferentes tipos de machismo: principalmente, los mircromachismos y los neomachismos. Los primeros son violencias de género culturales invisibilizadas y cotidianizadas que sirven para someter y controlar. Tanto así, que nos parecen normales y no las sentimos como violencia. Desde decir “haces algo como niña”, hasta las tareas y los roles en casa: esperar que el hombre barra, lave los trastes o cuide de los niños no es un rol común  y solemos verlo como algo anormal.

Los neomachismos son los que usan el discurso de género, aparentemente abogando por las mujeres, teniendo actitudes machistas, pero disfrazadas. Dentro del neomachismo entra el gaslighting, que es probablemente lo que hacía Curtis a Molly: manipular, descalificar y confundir a la víctima, al grado que ésta cree que es ella quien está en el error y no el abusador, de esta forma ella no lo abandonó y se quedó con él, literal, hasta la muerte.

Me parece, que nos queda mucho camino que recorrer de aquí a que alcancemos la igualdad de género. Empezamos el curso con la pregunta: ¿qué es una mujer? Mi respuesta fue y sigue siendo que una mujer es un ser humano, tan simple como eso, porque todos somos diferentes, sin importar nuestro sexo, nuestro género, nuestras creencias ni preferencias. Creo que no deberíamos etiquetarnos de ninguna forma, ya que estamos en constante cambio, descubrimiento y aprendizaje, nuestro y del mundo. No somos niños, mujeres, pansexuales o cristianos, somos seres humanos que podemos cambiar de opinión, probar cosas y quedarnos con las que mejor nos acomoden. Me gustó mucho lo que dijo Margaret Atwood en la carta que escribió dirigida a la Universidad de la Columbia Británica: “Mi posición fundamental es que las mujeres son seres humanos, con toda la gama de comportamientos santos y demoníacos que esto conlleva, incluidos los criminales. No son ángeles, incapaces de hacer maldades. Si lo fueran, no necesitaríamos un sistema legal.” (M. Atwood), porque justo esto somos: cometemos errores, como La Giganta, a quien se le cuestiona su forma de ser, su maternidad, a lo largo de la novela; como en El Peso, que el personaje sabe que quizá la forma de conseguir lo que necesita no es la mejor, pero le funciona, como en tantas otras novelas y filmes que leímos y vimos en el curso, donde las mujeres no son perfectas, se descubren a ellas mismas, mienten, lloran, sufren, son reales.

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El final de La Giganta es desgarrador, un intento más de suicidio por su parte, y donde uno cree entonces que ella ya no volverá: “Otra vez no lo lograste, Giganta. No fue suficiente la dosis.” (Laurent Kullick). Más tarde, La Giganta regresa, triunfante, para permanecer, para estar presente: “Entonces, mi corazón hace muchas cabriolas que lo sacan fuera de su ritmo: escucho tu voz que viene de afuera. Me pides ayuda porque vienes con las bolsas cargadas de alimentos. Yo corro, Giganta, a recibirte en la acera mientras tú esbozas para mí, la más amada de las sonrisas.” (Laurent Kullick). Eso es lo que me quedo del curso: quizá la travesía es difícil, quizá tome muchos años lograr el cambio: que seamos todos iguales, que luchemos por las mismas causas, que entendamos que no somos perfectos, que, justo por eso, nos respetemos unos a otros… pero llega, eventualmente, como La Giganta, con una sonrisa y dispuesto a quedarse.

xx linette

Bibliografía:

Atwood, Margaet. “¿Soy una mala feminista?” The Globe and Mail 2016.

Atwood, Margaret. “El Peso.” Atwood, Margaret. Un día es un día. México: Random House Mondadori, S. A., 2013.

Laurent Kullick, Patricia. La Giganta. Ed. S.A. de C.V. Tusquests Editores México. Primera edición en Andanzas. CDMX, 2015.

RAE. Real Academia Española. n.d. <http://www.rae.es&gt;.

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